13.1.12

La traición del arte

A continuación un artículo de Enrique Symns publicado en el número 21 de la revista Mavirock (Buenos Aires, Argentina. 2011)

L A TRAICION DEL ARTE
por Enryque Symns

Desde muy joven fui víctima de una profunda fobia a la argentinidad. Los países son invenciones cartográficas y su contenido está definido por los límites geográficos. Las naciones, en cambio, son la consecuencia de una decisión política y el nacionalismo es la construcción ideológica sustentada en principios tribales tales como la etnia o peor aún: una elección ideológica de su población. Finalmente el patriotismo es una enfermedad virósica del nacionalismo. Un individuo incapaz de matar al perro del vecino no duda en arrojar una bomba sobre el campo “enemigo” y matar a docenas de desconocidos. Pareciera que la enemistad definiera con más contundencia el mundo humano que la amistad.

El peronismo es comprensible desde sus bases populares, desde la credibilidad que le otorgan los pobres a aquellas figuras que parecen reivindicar el campo popular. En realidad el peronismo tuvo siempre sus bases en el fascismo. Por eso resulta tremendamente sospechoso la adhesión casi masiva de intelectuales, periodistas, deportistas, músicos, actores, directores, escritores y otros agretas de la cultura hacia el kirchnerismo, muy especialmente después de la muerte de el ex mandatario. Porque la necrofilia, el culto a los muertos heroicos, es una de las características de esta nación. Ese panteón perverso es compartido por Jorge Luis Borges, Alberto Olmedo, Ernesto Sábato, Roberto Fontanarrosa, Mercedes Sosa, Sandro y el fantasma abstracto de Cerati. De todos ellos se destacan sus virtudes y bondades, sin jamás señalar los aspectos oscuros de sus personalidades, intentando con ellos crear un falso modelo de ser humano.
Lo mejor del rock and roll, de sus letras legendarias, de sus cantantes o violeros inolvidables, de las formaciones trascendentales fue, justamente, que quebró ese modelo ilusorio basado en el bien y el mal. La globalización arrasó con los modelos anárquicos y transgresores del rock de los 70 y 80. El rock fue una invitación descarada a retirarse de los senderos de la decencia, el amor monógamo, el estudio, la familia y el trabajo. Fue una invitación a extraviarse en los bosques de la exploración sexual promiscua, de las aventuras insólitas para conseguir sobrevivir sin necesidad de ser un esclavo sistémico. El rock no podía ser comunista, trotskista, o testigo de Jehová y mucho menos peronista. El rock sabía que las elecciones democráticas son una farsa romana instalada como un modelo histórico para fijar las claves de la esclavitud.
Creo que fueron las famosas declaraciones de Fito Páez con respecto al triunfo de Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires, las que evidenciaron con mayor grado de grosería y desparpajo la actitud de muchos famosos con respecto al sistema de gobierno. Yo creo, como Schopenhauer, que en una multitud no hay nadie ni nada, que es solamente una ausencia hablada. En la multitud habla el poder. Y cualquier fenómeno multitudinario es sospechoso. En ese sentido el rock desde hace mucho años se ha convertido en una religión, es una voz que habla desde la cima hacia los que viven debajo de la montaña. Los discursos políticos carecen de pensamiento, son religiosos, es decir, intentan convencer sobre la veracidad de una cierta línea de pensamiento, de cierto andar existencial. El marxismo no fue una filosofía sino una religión. Y el peronismo también.
El salón Vip del montonerimso cultural no sólo está representado por 6,7,8; esa vergonzosa mascarada televisiva donde la peor especie de periodista, el militante, se aglutina alrededor de la conspiración de un discurso engañoso y vil. También está representado por Roberto Pettinato, Charly García, y todas las bandas de rock y solistas que se presentaron a la parodia repugnante de la asunción del gobierno. Esa convivencia perversa comenzó con el gobierno de Carlos Menen cuando formó la Secretaria del rock dirigida por Luis Alberto Spinetta, el cantante de Memphis la Blusera, Adrián Otero, y el periodista Carlos Polimeni.
Pero ser menemista era casi indefinible. El kirchnerismo legalizó la traición del arte. Un artista es el principal enemigo del Estado, cualquiera sea éste. Un artista es un subversivo que desprecia el escenario del mundo y considera la vida ciudadana un desfile de zombis y fantasmas. Es tan inmundo el escenario del fraude construido por el complot de toda la gente de la cultura, que nos llevará décadas desmoronarlo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario